jueves, 16 de julio de 2009

Un país entre el cannabis y la soja transgénica

Un país entre el cannabis y la soja transgénica

Luis Agüero Wagner





Decía Arturo Jaretche en su "Manual de Zonceras argentinas" que una de las más recurrentes costumbres de la oligarquía era confundir el destino nacional con sus intereses de grupos.

Muchos siglos antes, Plutarco se había anticipado al pensador argentino afirmando que el privilegio, por definición, defiende y protege al privilegio.

Decía el pensador argentino que los cultivadores del mitrismo no miraban tanto al general que dirigió a la Argentina durante la infame guerra del Paraguay, ya finado, como al diario que fundara el mismo, "La Nación", que siguió con vida y por mucho tiempo distribuyó en Argentina los dividendos de la fama mientras cuidaba las espaldas de su fundador.

Inducir al periodismo a identificar a intereses de grupo con el destino nacional no es un patrimonio de la prensa bonaerense, y también tiene sus ejemplos en Paraguay, donde los mismos comunicadores que se pretenden nacionalistas y voceros de los intereses generales de la comunidad son los más enconados abogados de los personeros de la transnacional Monsanto.

En una reunión con el sector sojero, el clérigo-presidente de Paraguay Fernando Lugo ratificó que su Gobierno hará respetar la ley, no importa quién sea. "La ley es para todos", dijo el obispo a los sojeros paraguayos este fin de semana, cuando éstos manifestaron que no pueden sembrar por temor a los campesinos.

Los traficantes de transgénicos, victimarios en papel de víctima, expresaron al obispo que aunque se pongan al día con las normas legales para la producción agrícola extensiva, los sin tierras no les dejan iniciar los trabajos y corren peligro de perder todo el año agrícola por este motivo.

El ministro del Interior Rafael Filizzola declaró al respecto que militarizaría el campo para asegurar la siembra, y que los sojales eran de la policía.

La soja es promovida en Paraguay por el modelo de la transnacional Monsanto, cuyos intereses son gerenciados por el imperio y su ejército de lacayos, publicistas y periodistas. Las plantaciones de Cannabis, ya se sabe, también caen en la jurisdicción de la embajada norteamericana de Asunción, en guerra eterna con las drogas.


Transgénicos y guerra contra las drogas
La guerra contra las drogas es una iniciativa llevada a cabo por Washington, entre otros países, orientada a la persecución de la producción, comercio y consumo de ciertas sustancias psicoactivas, a las que se atribuye el estatus de drogas prohibidas, aunque numerosos estudios científicos demuestren que el tabaco es más perjudicial que la marihuana, evidencia que es relegada a un segundo plano porque el negocio está en manos de un puñado de tabacaleras estadounidenses.

Con el ideal argumento que las drogas causan un grave perjuicio para la salud física y psíquica y generan redes de delincuencia y corrupción, el imperialismo encontró la excusa perfecta para intervenir en asuntos internos de países latinoamericanos e irrumpir en la vida privada de los ciudadanos, aunque la mayor parte de los problemas relacionados con el narcotráfico sean generados por la propia prohibición.


Estados Unidos gasta más de 30 mil millones de dólares al año en esa guerra, en la que un millón y medio de personas son arrestadas cada año, pero el combate permite al bajo mundo del hampa embolsar 40 mil millones de dólares merced a la misma prohibición (es decir, el "combate" hace que los "malos" aumenten sus ganacias en una suma que supera en diez mil millones de dólares a lo que se gasta en la "guerra").

El fracaso de la política es cada vez más notorio, tanto como las facilidades para adquirir drogas y el aumento del consumo en Paraguay -donde dicha guerra sólo sirve para que de tanto en tanto las autoridades aparezcan en una fotografía con el embajador norteamericano- pero no cabe duda que los intereses que ha creado se han consolidado y no permiten reconocer la derrota..

Uno de estos intereses está detrás del dinero que resulta de la prohibición, y sabemos que la prohibición es un ejemplo clásico de lanzarle dinero a un problema.

El gobierno federal de Estados Unidos gasta unos 16 mil millones de dólares anuales tratando infructuosamente de hacer cumplir las leyes que prohiben un consumo que va en aumento, y mientras crece ese consumo, el gobierno le dice a los contribuyentes que necesita más dinero para redoblar el esfuerzo.

Cuando el consumo baja, se advierte a los contribuyentes que sería un error bajar la guardia, en momentos en que se avanza. Al margen de todo ello, el narcotráfico es una manera ideal de obtener fondos para objetivos estadounidenses cuando el Congreso se niega a aprobar gastos extras, como sucedió en el combate a los sandinistas durante el gobierno de Ronald Reagan.

Otro interés fuerte y que se articula con el de los traficantes de transgénicos radica en que los defoliantes utilizados para combatir los cultivos de coca y marihuana en países como Colombia son fabricados por las mismas empresas que promueven a la soja, como Monsanto.

El urticante tema estaba siendo removido en Washington por el senador demócrata Paul Wellstone cuando un extraño accidente aéreo acabó con su vida. Ver nota:

http://www.pww.org/article/articleview/2335/


Entre la soja y el cannabis, o entre la espada y la pared

La alternativa del monocultivo de soja, rentable sólo para los grandes productores brasileños que siguen el modelo productor promovido por Monsanto, expulsa a los campesinos de sus propiedades con su incontenible avance bendecido por el imperio. La otra alternativa que resulta rentable a los expulsados, el cultivo de cannabis, no es una opción autorizada por Washington.

A pesar de esta realidad evidente, objetiva y palpable, el observador imparcial podrá advertir que en Paraguay existe una verdadera legión de difusores de la pedagogía colonialista, abocados a negar que nuestros problemas vengan "de afuera" y a fomentar desde los medios el autodenigratorio complejo de barbarie.

La problemática impuesta nos lleva a preguntarnos si a la embajada norteamericana de Asunción no le resultaría más barato invertir realmente en promover el verdadero desarrollo del Paraguay las fabulosas sumas que invierte comprando políticos, comunicadores y periodistas.

La alternativa, obviamente, chocaría con los intereses de grupos que llevaron al poder al obispo Fernando Lugo, en su mayoría agentes de la embajada norteamericana de Asunción, favorecidos del Fondo Nacional para la Democracia (NED), la USAID o la Inter American Foundation, ciudadanos norteamericanos por ley federal (Eva Golinger) pero sin impedimentos para ejercer como autoridades de una republiqueta que se debate, sangrante, entre el cannabis y la soja transgénica.

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